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- Escrito por José Antonio Pérez-Robleda
- Categoría: Colaboraciones editoriales
México es un país maravilloso, donde se habla buen castellano y hay un gusto por hablarlo mejor. Déjenme explicarme. Casi diario tomo taxi de calle. Me gusta sentarme en el asiento de atrás y sacar conversación al taxista en turno. Gracias a este método he aprendido verdaderas joyas de la idiosincrasia mexicana.
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- Escrito por José Antonio Pérez-Robleda
- Categoría: Colaboraciones editoriales
Voy a hacerles una confesión: soy un adicto a la comida chatarra. Por suerte soy un adicto funcional. En general tengo hábitos saludables, como regularmente frutas y verduras y hago ejercicio moderado cuatro veces por semana. Pero, más o menos una vez cada dos meses, busco la ocasión para entrar a un expendio de hamburguesas industrializadas y pedir el combo más grande con refresco y patatas fritas. Mi placer no dura mucho, apenas, media hora. Pero hay algo en esa comida que me hace alcanzar el séptimo cielo: grasa, sal y azúcar.
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- Escrito por José Antonio Pérez-Robleda
- Categoría: Colaboraciones editoriales
A las afueras de lo que fue la antigua Roma, casi a la orilla del río Tiber, no muy lejos del Circo Máximo, podemos encontrar un trozo de tierra andaluza: el monte Testaccio. Esta montaña artificial de casi 50 metros de altura está hecha de unos 25 millones de ánforas de barro acumuladas ordenadamente durante doscientos cincuenta años a partir del Siglo II. La mayoría de ellas provienen de la provincia Bética –actual Andalucía– y la mayor parte de ellas contenían aceite de Oliva. Las ánforas están marcadas con complejo código administrativo que, una vez develado, ha permitido localizar ánforas de aceite andaluz incluso en India. Hoy, como entonces, el mejor aceite del mundo se sigue produciendo en Andalucía y de ahí se sigue exportando a todo el mundo.
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- Escrito por José Antonio Pérez-Robleda
- Categoría: Colaboraciones editoriales
¿Existen diferencias entre el jamón serrano cortado a mano y el rebanado en una máquina? Sin duda alguna. Pero más que saber porqué, hay que saborear el cómo.
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- Escrito por José Antonio Pérez-Robleda
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Hace unos meses llegó a mis manos El libro negro de los colores (Cottin, M., y Faría, R. Ediciones Tecolote, 2008). Al principio me pareció un simple objeto curioso, pero pronto descubrí que era mucho más fácil entenderlo con los ojos cerrados y las yemas de los dedos atentas. Sus páginas son de papel negro mate, con texto en braille para invidentes y en gris plata para los videntes. Sus ilustraciones no son dibujos sino texturas con barniz brillante que sólo podemos ver por la diferencia de brillo en el papel. ¡Es un libro para ser tocado! Después, de manera casi inmediata establecí con este libro una relación íntima, reservada tan sólo a las cosas que se acarician. Irremediablemente llegó a mi cabeza la ceguera.
Desde siempre el ser humano ha primado ciertos sentidos sobre otros. No recuerdo ninguna novena sinfonía olorosa, o una capilla sixtina táctil. La tendencia es siempre enmarcar de oropel el espacio y acotar entre silencios el tiempo, dejando los otros sentidos, más etéreos e inconcretos, a un segundo plano. Por supuesto, no se entendería a la rosa sin su olor, ni a la seda sin su tacto, pero configuramos el mundo principalmente a través de la vista y el oído.
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