Esta era la vista desde la primera ventana que tuve en México.

A las 5 de la mañana la sombra del Popo se proyectaba en la cortina de contaminación de la ciudad como en un teatro de sombras. Luego, al subir el sol, la montaña desaparecía como por arte de magia hasta el día siguiente.

Tardé meses en descubrirla cara a cara a la luz del pleno día. Desde entonces hasta ahora, el Popo me ha acompañado como un vigía que con su fumarola me indica la dirección de los sueños.

A 5 años vista, puedo afirmar que este fue el primer ejemplo del inmenso remanente de magia que aún guarda la gran Tenochtitlan.