1. adj. Que tiene virtud o fuerza para transformar.

El problema de la educación tradicional es que ha funcionado y funciona muy bien para lograr sus objetivos: enseñar a dividir por dos cifras, los nombres ríos del mundo, el año de la revolución francesa, el peso atómico del electrón etc. Mientras aprendíamos esos datos, se configuraba nuestro cerebro; en la escuela, aprendimos lógica, aprendimos a investigar, aprendimos a memorizar y a conceptualizar. Pero también aprendimos a estar sentados, aprendimos una escala de valores, aprendimos el liderazgo de jerarquía, en otras palabras: aprendimos a movernos y comportarnos en el módelo de fábrica en el que trabajaríamos luego. Esto no se enseñaba en ninguna materia, es lo que Cristóbal Cobo llama, el aprendizaje invisible (libro que recomiendo mucho). El modelo funciona y ha funcionado los últimos 150 años. No pongo esto en cuestión; la pregunta es: ¿seguimos necesitando que nos eduquen para trabajar en fábricas?
El mundo ya ha cambiado. Hoy se espera de nosotros que en lugar de estar sentados 8 ó 10 horas realizando la tarea que se nos pidió, que seamos proactivos, resolutivos y creativos, que tomemos decisiones y que nos implicamos más allá de la tarea asignada. La escuela tradicional no está diseñada para potenciar ninguna de estas competencias. No se puede meter una materia de creatividad y otra de innovación y esperar a que los alumnos abandonen, los jueves de 11 a 13 horas, las estructuras de fábrica y sean creativos, todos a la vez sobre el mismo tema. Siempre manteniendo el ambiente de silencio y orden propio de una clase.

Sin duda seguimos necesitando, la lógica, el pensamiento crítico y el científico; sin duda, aún debemos saber dividir por dos, las partes de la célula y el año del flourit de anaximandro, sin embargo, memorizar estar callados y seguir indicaciones ya no nos sirve. La transformación que necesitamos hoy día es la de la creatividad y la innovación.
¿Qué ocurre cuando lo que hay que transformar es la fuerza transformativa?